domingo, 21 de agosto de 2016

7. UN REGALO EN «LA ESPERANZA»


Esta historia comienza mucho tiempo antes del regreso a la Iglesia. Una fría noche de Jueves Santo del año 1997. Yo acababa de conocer a la que es mi mujer, y estábamos viviendo nuestra primera Semana Santa juntos.
Nos dirigimos hacia calle Carreteria intentando ir a la busca de la cofradía de Jesús Nazareno del Paso y María Santísima de la Esperanza, pero nos encontramos el trono del Cristo justo delante de la tribuna de los pobres. Nos metimos entre la multitud y nos colocamos muy cerca de los várales del trono, y de repente, vemos que el trono se gira hacia donde estamos nosotros, y que la imagen de Jesús comienza a hacer el signo de la bendición justo hacia donde estábamos nosotros y otros muchos. Nos llamó mucho la atención esto, porque no lo esperábamos. Sabemos perfectamente que la mano la mueve un artilugio mecánico y que un hombre pulsa un botón, pero fue algo muy simbólico para nosotros, porque la providencia quiso que aquella noche estuviéramos nosotros justamente allí.
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Tiempo después siempre comentábamos cuando veíamos las bendiciones del Señor en nuestra vida, si aquel gesto acompañado de nuestra fe en El, nos estaría bendiciendo de alguna manera especial. El tiempo pasó y comenzamos a apartarnos de la Iglesia Católica, hasta convertirnos en casi protestantes. Digo casi, porque algo hubo siempre que nos mantuvo unidos a la Iglesia en la que fuimos hechos hijos de Dios. Un hilo fino que aguantó sostenido por voluntad de Dios.
Hace aproximadamente 8 meses que regresamos a la Iglesia, y el Señor nos está permitiendo ir redescubriendo nuestra fe y las grandes cosas que nos tenía guardadas en la Iglesia, pero lo que ocurrió hoy, sólo puedo atribuírselo a la mano de nuestro Señor, el cual nunca nos ha abandonado.
Todo empezó la noche anterior, en la que vimos una película sobre la historia de las apariciones de la Virgen en Lourdes, que nos hicieron comprender un montón de cosas que yo no entendía acerca de la Virgen María y el papel de los santos en el cielo, y pude aprender las razones para responder a los hermanos protestantes que no entienden esto.
La mañana siguiente pensé en que fuéramos a misa en la Iglesia de Santo Domingo, pero estando allí, antes de comenzar sentí que debíamos marcharnos. Eso lo llamo yo, “la voz del Espíritu”.
Le dije a mi mujer: - vamos a la Iglesia del Carmen que está cerca.
Pero para ir allí pasamos por delante de la Basílica del Dulce Nombre de Jesús y Mª Stma. de la Esperanza, y mi mujer me dijo que entráramos. Ahora era el Espíritu quién le hablaba a ella. No me apetecía mucho, porque antes no me gustaba mucho ese sitio por razones que no comentaré. Sólo digo, que estaba juzgando mal.
Nos sentamos entre la gente, y de repente se nos acercó una mujer que nos dijo que si queríamos llevar nosotros las ofrendas. Yo me quedé perplejo, porque no sabía lo que me estaba diciendo. Creía que se refería al cesto de la colecta, pero mi mujer me dijo que llevar las ofrendas es llevar el pan y el vino al sacerdote, no se si está bien dicho así.
De repente un escalofrío recorrió por mi cuerpo. No entendía nada. ¿Porqué nosotros? –pensaba yo. Estaba aterrorizado. No sabía que debía hacer. Yo casi nunca vi antes de hacer esto, y cuando lo vi a lo mejor ni presté atención. Sólo pensaba que se habían equivocado, que nosotros no podríamos hacer tal cosa. Yo soy todavía algo ignorante acerca de muchas cosas de la liturgia, y enseguida me acordé de la muchacha a la que se le apareció la Virgen en Lourdes, que al principio no sabía que era la Virgen siquiera. Sin saber ni en que copa está el vino ni en cual el pan También me acordé de cuando la misma imagen de Jesús que tenía ahora enfrente, hizo el gesto de la bendición en aquella Semana Santa. También me acordé de que unos días antes había decidido no ir a una convivencia con el grupo de catequesis, y si en mi había alguna duda de si tomé la decisión correcta, quedó disipada.
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Este domingo teníamos que estar allí, porque al ser elegidos para presentar las ofrendas por primera vez en mi vida, para mi ese acto fue muy grandioso e importante, y me sentí muy fortalecido en mi fe. No se explicarlo mejor. Fue como una confirmación en la que el Señor después de estos ocho meses desde nuestro regreso, nos diera su aprobación y nuevamente su bienvenida a su casa, y su ánimo para seguir adelante por este camino que hemos elegido.


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